Algo le pasa al primer mundo. Se están sudamericanizando. Están haciendo cosas que, según ellos, solo las hacíamos nosotros, los sudacas. Bastan tres ejemplos de esta semana para que me entienda.
Caso 1: el rey de España, don Juan Carlos, se fractura la cadera durante un safari en Botsuana. Si no fuera por el accidente, los españoles no se enterarían de sus vacaciones ni se hubiera publicado la, hoy impúdicamente célebre, foto de su majestad frente a la presa abatida: un elefante. El monarca aceptó la invitación de un millonario árabe para cazar un animal en vías de extinción y por cuya supervivencia trabajan entidades ambientalistas. Para más inri -por usar una expresión típicamente española- el rey es presidente de honor de la más prestigiosa de las mismas: la WWF.
La estupefacción mundial ante esa conducta volvió a poner en discusión la necesidad de que en este siglo existan aún las anacrónicas monarquías hereditarias. Antes, actos tan procaces solo ocurrían en republiquetas sudamericanas gobernadas por dictadores lascivos y poco cultivados.
Caso 2: un número considerable de miembros del servicio secreto norteamericano, destinado a proteger la integridad del presidente Obama en la Cumbre de las Américas en Cartagena de Indias, contrata a igual cantidad de prostitutas para una noche de juerga desenfrenada en el hoy impúdicamente célebre Hotel Caribe. Para el imaginario colectivo de sus compatriotas, esos hombres de traje negro, anteojos de sol y minúsculos micrófonos eran el paradigma de seguridad, inteligencia y confidencialidad del titular de la Casa Blanca.
Ahora resulta que la guardia pretoriana que había jurado proteger con su vida la del presidente se divertía en noches de salsa, ron y sábanas caribeñas. Antes, semejantes escándalos libidinosos eran patrimonio de la comitiva que acompañaba a los presidentes de América del Sur.
Caso 3: en el vestuario del estadio del Bayern Munich, de Alemania, le robaron tres pares de botines a Cristiano Ronaldo y varias prendas deportivas a otros jugadores, antes del inicio del partido semifinal de la Liga de Campeones. El vestidor es tan lujoso como una boutique, se prepara horas antes del partido, tiene cámaras de seguridad y es inexpugnable para periodistas, simpatizantes o dirigentes no autorizados. A más de preguntarse por qué Cristiano necesita tres pares de zapatos para un partido, Europa se indigna por robos que ni siquiera ocurren más en los estadios del Paraguay.
El primer mundo ya no es lo que era. Y nosotros tampoco. Hoy, hasta podríamos enseñarles como salir de crisis económicas catastróficas. No somos tan distintos. Sudamericanizados como están, bueno sería que empiecen por borrar el tonito despectivo.
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